Fotografía: Constance Markievicz, esa personalidad extraordinaria y polémica, que fue la primera mujer en ser nombrada oficial de un ejército moderno y electa parlamentaria y ministra
Hace pocos días, un grupo de mujeres marchaba en la ciudad de La Paz, Baja California por “el derecho al aborto”.
Estas mujeres decían» reivindicar el feminismo». ¡Qué curioso¡.
El feminismo como un movimiento que lucha por el reconocimiento de los derechos de la mujer, con todo lo que ello implica. Dicen que las mujeres somos más intuitivas y sensibles, características necesarias para lograr la virtud más alta de todas: la justicia. Afectar directamente los derechos de una persona inocente no es justo. Matar no es justo. El aborto no es femenino. Por lo tanto, no tiene nada que ver con el feminismo.
El «feminismo» actual y mal entendido va en sentido contrario a los verdaderos intereses, derechos y naturaleza de la mujer, quiere degradar su papel, convirtiéndola en objeto de explotación económica, valorándola solo como productora o consumidora, y en objeto de explotación sexual, minimizando su privilegiada capacidad de transmisora de vida y de valores.
A medida que la capacidad crítica de nuestro pueblo va quedando eliminada por el uso masivo de la mentira en los «media», se nos van introduciendo una serie de fórmulas, de «cáscaras» de ideas, destinadas a cambiar nuestra forma de interpretar el mundo, que es, en suma, la base de toda cultura.
Ante la constante falta de respeto por la vida humana manifiesto por nuestra especie en forma de incesantes guerras, crímenes y abusos de todo tipo: torturas y privaciones institucionalizadas, sistemas económicos basados en la esclavitud, sistemas de creencias discriminatorios, etc. ;los seres humanos no han tenido más remedio que inventar el concepto de «derechos humanos» para poder defenderse de sí mismos.
Hoy en día, nuestros sistemas económicos siguen edificándose sobre el eje de la explotación, si bien ésta ha dejado de ser humana (al menos en el plano legal) para ser básicamente animal. Imaginemos por un momento cuál es el panorama de los animales no humanos que conviven con nosotros sin ninguna posibilidad de defenderse mediante el lenguaje y la ley. Sí, señoras y señores; nos guste o no, somos animales.
Las verdaderas feministas somos PRO VIDA; no discriminamos a los varones y somos humanitarias, desde la perspectiva de una mujer. Cuidamos la vida de humanos, animales y todo lo que cumpla con las características de un ser vivo. No somos extremistas; sabemos que existe la cadena alimenticia; más no apoyamos la tortura y la violencia. Sí señores; las feministas somos también animalistas.
La analogía entre feminismo y animalismo ya fue introducida por Singer en Liberación animal para referirse a la igualdad de los procesos y mecanismos de cosificación y dominación que convierten a sujetos de potenciales derechos en objetos de explotación. Según Marta González y Jimena Rodríguez, las dos formas de opresión tienen importantes puntos en común relacionados con la dicotomía naturaleza/cultura y con las jerarquías que se establecen a partir de ella.
La conexión entre mujer y naturaleza es una de las claves para comprender muchas de las características que se han adjudicado a las mujeres en la cultura occidental y que han servido para justificar su discriminación a lo largo de la historia. La creación de una esencia natural y femenina derivada de la reproducción ha justificado tradicionalmente el control social de las mujeres.
También el análisis de la violencia hacia determinados colectivos constituidos simbólicamente como diferentes ha centrado su atención en el concepto de “otredad”. Este término resulta de enorme importancia para entender los mecanismos a través de los cuáles producimos distancia en condiciones en las que puede darse el reconocimiento y legitimamos el control y la violencia hacia el otro en situaciones en las que los intereses ajenos rivalizan con nuestros propios intereses. En esta interacción, sin embargo, no hay una visión real del otro, sino más bien un ejercicio de invisibilización. El otro es una representación, un objeto sobre el que proyectamos el miedo a nuestra propia fragilidad.
Abogar por la protección de los animales de un sistema de vida humano que normaliza la depredación, la destrucción e invisibilización de todo ser vivo, al que por su origen no humano se encierra en la categoría de “explotable”, es simplemente un efecto lógico de la interiorización de un sistema moral que rechaza la violencia, deslegitima la desigualdad e impone como objetivo el bien común.
Entendemos que la ética animalista se genera, por un lado, en un sistema moral laico que revaloriza la tolerancia, el respeto y la paz, y que al mismo tiempo dota de coherencia y honestidad al sistema al no excluir a aquellos seres cuya discriminación reporta un beneficio directo. También el sexismo y el racismo han sido enormemente provechosos para los grupos que han obtenido el privilegio de la dominación y no por ello resistieron las tendencias morales igualitaristas que derivaron en un cambio social hacia nuevas estructuras socioeconómicas y políticas más justas.
«Una situación extraordinariamente reveladora de la calidad moral de una persona es aquella en la cual puede ejercer poder sobre seres más débiles que ella. […) Quien trata inhumanamente a otro ser sintiente sometido a su poder muestra con ello una naturaleza inhumana.»
Jorge Riechmann
A mí no me importa dejarles claro en este momento si los animales tienen inteligencia o no. Me es realmente importante que sienten, experimentan dolor, porque tienen un sistema nervioso; es entonces que su vida es tan sagrada como la humana. La única diferencia entre un humano y un animal, es que el animal no fue a clases de civismo, ni de ética y moral, NO sabe lo que es bueno o lo que es malo, entonces es un ser inocente, no hay culpa ni dolo en su comportamiento. El humano si sabe y está consciente del bien y del mal y el mal; es directamente responsable y culpable del daño que hace a otros humanos o a los animales, y del daño que hace a la naturaleza.
¿Que si yo soy feminista?
Deduzca usted:
Nunca he declarado la guerra a los hombres; no declaro la guerra a nadie, cambio la vida,no soy ni amargada ni insatisfecha: me gusta el humor, la risa; sé también compartir los duelos de las miles de mujeres víctimas de violencia. Me gusta con locura la libertad más no el libertinaje.
No soy pro-abortista, soy pro-opción porque conozco a las mujeres y creo en su enorme responsabilidad. No soy lesbiana, y si lo fuera ¿cuál sería el problema? Todos estos clichés: ESTE ES EL FALSO FEMINISMO.
No quiero morir indignada. Defenderé hasta donde puedo hacerlo a las mujeres, a los hombres, a los niños y a los animales por su derecho a una vida libre de violencias.
Creo que hoy día el feminismo representa uno de los últimos humanismos en esta tierra desolada y porque he apostado a un mundo mixto hecho de hombres y mujeres que no tienen la misma manera de habitar el mundo, de interpretarlo y de actuar sobre él.
Me gusta provocar debates desde donde puedo hacerlo, mover ideas y poner a circular conceptos; para deconstruir viejos discursos y narrativas, para desmontar mitos y estereotipos, derrumbar roles prescritos e imaginarios prestados.
Necesito defender también a los sujetos inesperados y su reconocimiento como sujetos de derecho, para gays, lesbianas y transgeneristas, para ancianos y ancianas, para niños y niñas, para indígenas y afrodescendientes y para todas las mujeres que no quieren parir un solo hijo más para la guerra. No puedo quedarme cruzada de brazos ante tanto dolo y crueldad para los animales; vivo indignada ante la indiferencia por dolor de un animal inocente.
Escribo para las mujeres que no tienen voces, para todas las mujeres, desde sus incontestables semejanzas y sus evidentes diferencias. El feminismo es un movimiento que me permite pensar también en nuestras hermanas afganas, ruandesas, croatas, iraníes, en las niñas africanas cuyo clítoris ha sido extirpado, en todas las mujeres que son obligadas a cubrirse de velos, en todas las mujeres del mundo maltratadas, víctimas de abusos, violadas y en todas las que han pagado con su vida esta peste mundial llamada misoginia.
SÍ, SOY FEMINISTA:
Para que podamos oír otras voces, para aprender a escribir el guión humano desde la complejidad, la diversidad y la pluralidad. Estoy tratando de atravesar críticamente una moral patriarcal de las exclusiones, de los exilios, de las orfandades y de las guerras, una moral que nos gobierna desde hace siglos. Trato de serlo en el contexto de una modernidad que cumple por fin sus promesas para todos y todas.
Como dice Gilles Deleuze “siempre se escribe para dar vida, para liberarla cuando se encuentra prisionera, para trazar líneas de huida”.
Sí, trato de trazar para las mujeres de este país líneas de huida que pasen por la utopía. Porque creo que un día existirá en el mundo entero un lugar para las mujeres, para sus palabras, sus voces, sus reivindicaciones, sus desequilibrios, sus desórdenes, sus afirmaciones en cuanto seres equivalentes políticamente a los hombres y diferentes existencialmente.
Un día, no muy lejano, espero, dejaremos de atraer e inquietar a los hombres; dejaremos de escindirnos en madres o putas, en Marías o Evas, imágenes que alimentaron durante siglos los imaginarios patriarcales; habremos aprendido a realizar alianzas entre lo que representa María y lo que significa Eva. Habremos aprendido a ser mujeres, simplemente mujeres. Ni santas, ni brujas; ni putas, ni vírgenes; ni sumisas, ni histéricas, sino mujeres. Resignificando ese concepto, MUJER, llenándolo de múltiples contenidos capaces de reflejar novedosas prácticas de sí que nuestra revolución nos entregó; mujeres que no necesiten más ni amos, ni maridos, sino nuevos compañeros dispuestos a intentar reconciliarse con ellas desde el reconocimiento imprescindible de la soledad y la necesidad imperiosa del amor. Y por supuesto, con un gran amigo y aliado a un lado: una mascota., un perro, un gato, un cerdo…
Dra. Abril Rios Alatorre.
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