El machismo está en todas partes, incluso en nosotras mismas.

¿Cuántas veces no hemos dicho: me trata como una princesa?

Nos decimos mujeres fuertes y liberadas, “empoderadas” e independientes, y al mismo tiempo nos enojamos cuando no nos abren la puerta del coche, cuando no se ofrecen a pagar la cuenta, criticamos a fulana porque su marido es un “parásito” que no trabaja y se queda en casa con los niños mientras ella sale a buscar el sustento.

Nos autoproclamamos luchadoras y feministas y al mismo tiempo nos preocupa no tener novio y que “se nos vaya a ir el tren”. Nos consideramos defensoras de la equidad de género, pero al mismo tiempo esperamos que cuando se nos poncha una llanta, un hombre venga a cambiarla. Defendemos la igualdad de oportunidades de trabajo para la mujer, pero asignamos roles masculinos a tareas como mudarse de casa, cambiar una llanta, instalar una lavadora, o reparar un auto.

Decimos que somos libres y que defendemos nuestra libertad de expresión y pasamos horas frente al espejo creando una imagen que la sociedad espera de nosotras, o ejercitándonos y poniéndonos a dieta para tener el “cuerpo perfecto”.

Decimos que amamos nuestro género y al mismo tiempo llamamos gorda, fea, ridícula, solterona, frígida, menopáusica, y zorra a otras mujeres.

Yo quiero ser coherente con mis palabras y mis manifiestos, yo quiero ser realmente libre e independiente y quererme a mí misma tal y como soy.

Yo no soy una princesa.

Yo no necesito un hombre que me trate como tal, ni un hombre que me defienda, ni un hombre que me rescate, ni un hombre que me proteja. Yo no necesito un hombre y punto; sin embargo no quiere decir que no los quiero en vida, por el contrario, estoy convencida de que somos un gran equipo trabajando en igualdad.

Yo necesito a mi lado a todo tipo de personas, de ambos géneros, con actitud positiva, con respeto por los demás, con sentido de la solidaridad, con inteligencia, con bondad, con conciencia social y que guste de las mascotas y la ecología.

No quiero que me traten como tal princesa de Disney. No necesito ser rescatada, no necesito verme como una, no necesito comportarme como una y ciertamente no necesito que la gente me perciba como una.

No soy princesa. No soy frágil, no soy bien portada, no soy callada, no soy recatada, no soy abnegada, no soy prudente, no soy sumisa, no soy indefensa, no soy obediente, no soy virgen, no soy santa, no soy víctima, no soy en extremo delgada, no soy perfecta.

Soy una mujer. Soy una mujer que tiene la libertad de tomar sus decisiones y cometer sus errores, de hacer las cosas por sí misma y de solicitar ayuda cuando no puede sola, soy una mujer que se ama a sí misma y que al estar en una relación ama a la otra persona, soy una mujer que abre sus propias puertas y carga sus propios muebles, pero agradece la ayuda cuando se la ofrecen.

Soy una persona. Soy una persona que se ama a sí misma, que ama a otros, que disfruta su soledad y también la compañía. Soy una persona que lucha día a día por corregir sus defectos, por ser la mejor versión de sí misma. Soy una persona que busca su felicidad en sí misma y no en otras personas. Soy una persona que tiene como objetivo ser feliz todos y cada uno de los días y que sabe que nos es responsabilidad de nadie más.

Yo no soy una princesa. Y no quiero serlo nunca. Quiero seguir gozando mi libertad, cometer mis errores, aprender de las situaciones de la vida, ponerme la ropa que me gusta, enojarme, tomar mis decisiones, amar mi cuerpo tal y como es, disfrutar del mundo, compartir mis alegrías, mis triunfos y derrotas con las personas que aprecio, intentar cosas nuevas, alcanzar mis sueños, enfrentar mis miedos, defender mis posturas y llegar al final de mi vida con una sonrisa en el rostro y muchos tatuajes en el cuerpo que me recuerden los momentos más felices que viví.

Yo no soy una princesa. Yo soy yo, y nunca quiero dejar de serlo.

 

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